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miércoles, 4 de enero de 2012

Prosa Dura y Magnífica

¡Salud!
Martín Adán es en el Perú casi una leyenda: barranquino, nació un 27 de octubre de 1908, escribió con perfección ya desde los 14 o 15 años ("La Casa de Cartón", obra clave de la vanguardia peruana - a caballo entre el poema en prosa y la novela corta - se gesta en esas aburridas clases de secundaria del Peruano Alemán)y forma parte de esa estirpe de poetas míticos, inolvidables, sublimes, y considerados incluso por algunos como "malditos".  Amigo de Estuardo Nuñez, de Westphalen y de Eguren (con quien se decía, formaban cofradías y hermandades de duendes por las noches, aprovechando que ambos vivían en Barranco) Rafael Ramón De la Fuente Benavides -nombre de pila del literato, ocupa un lugar fundamental en la poesía peruana. Desde su infantil, irónica e inigualable "La Casa de Cartón" (primera obra que conocí, y usual enigma en los crucigramas dominicales), hasta los más complejos "La Rosa de la Espinela" y "Travesía de Extramares", pasando por el genial "Escrito a Ciegas" (ars poética al mango), "La Mano Desasida" (gigantesco poema recolectado en servilletas de papel)  y otros muchos más, no es en vano uno de los grandes exponentes de la vanguardia.
"El manicomio, oiga usted, está lleno de genios", solía decir: pasó mucho tiempo en sanatorios y manicomios, según unos, presa de su alcoholismo, según otros, para disfrutar de la soledad. "Lo terrible no es la convivencia, sino las mayorías. Las mayorías son una entidad metafísica" le dijo también alguna vez a Alberto Benavides. Aquí un pequeño texto para empezar, un poema que se encuentra en LCDC, y personalmente uno de mis favoritos:

"Poemas Underwood
De ahí lo de Underwood

Prosa dura y magnífica de las calles de la ciudad
sin inquietudes estéticas.
 Por ellas se va con la policía a la felicidad.
 La poesía gafa de las ventanas es un secreto de costureras.
 No hay más alegría que la de ser un hombre bien vestido.
 Tu corazón es una bocina prohibida por las ordenanzas
de tráfico.
 Las casas rumian sus paces de buey.
 Si dejaras saber que eres un poeta, irías a la comisaría.
 Límpiate de entusiasmos los ojos.
 Los automóviles te soban las caderas, volviendo la cabeza.
Cree tú que son mujeres viciosas. Así tendrás tu aventura y 
tu sonrisa para después de la cena.
 Los hombres que tropiezan tienen la carne encallecida de
oficina. 
Let's drink!

El amor está en cualquier parte, pero en ninguna está 
de otro modo.
 Pasaban obreros con los ojos resentidos con la tarde, con la 
ciudad y con los hombres.
 ¿Por qué había de fusilarte la Checa? Tú no has acaparado sino 
tu alma.
 La ciudad lame la noche como una gata famélica.
 Y tú eres un hombre feliz, quizá el único hombre feliz.
 Tienes camisa y no tienes grandes pensamientos de ninguna 
clase.
 Ahora siento cólera contra los acusadores y los consoladores.

 
Spengler es un tío asmático, y Pirandello es un viejo estúpido,
casi un personaje suyo.
 Pero no he de enfurecerme por pequeñeces.
 Mil cosas han hecho los hombres peores que sus culturas:
las novelas de Víctor Hugo, la democracia, la instrucción primaria,
etcétera, etcétera, etcétera, etcétera. 
 Pero los hombres se empeñan en amarse los unos a los otros.
 Y, como no lo consiguen, acaban por odiarse.
 Porque no quieren creer que todo es irremediable.
 La polis griega sospecho que fue un lupanar al que había que
ir con revólver.
 Y los griegos, a pesar de su cultura, fueron hombres felices.
 Yo no he pecado mucho, pero ya sé de estas cosas.
 Bertoldo diría estas cosas mejor, pero Bertoldo no las diría
nunca. Él no se mete en honduras -y está viejo, quiere paz y hasta 
apoya a los moderados.
 El mundo no está precisamente loco, pero sí demasiado 
decente. No hay manera de hacerle hablar cuando está borracho.
Cuando no lo está, abomina de la borrachera o ama a su prójimo.
 Pero yo no sé sinceramente qué es el mundo ni qué son los 
hombres.
 Sólo sé que debo ser justo y honrado y amar a mi prójimo.
 Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren a
cada instante y no viven nada.
 He aquí mis prójimos.
 La justicia es unas estatuas feas en las plazas de las ciudades.
 Ninguna de ellas me gusta ni poco ni mucho -no son diosas
ni mujeres.
 Yo amo la justicia de las mujeres sin túnica y sin divinidad.
 En punto a honradez, no soy de los peores.
 Como mi pan a solas, sin dar envidia a mi prójimo.
 Nací en una ciudad, y no sé ver el campo.
 Me he ahorrado el pecado de desear que fuera mío.
 En cambio deseo el cielo.
 Casi soy un hombre virtuoso, casi un místico.
 Me gustan los colores del cielo porque es seguro que no son
tintes alemanes.
 Me gusta andar por las calles algo perro, algo máquina, casi
nada hombre.
 No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser 
como los otros. No quiero ser feliz con permiso de la policía.
 Ahora en las calles hay un poco de sol.
 No sé quién se lo ha llevado, qué mal hombre, dejando 
manchas en el suelo como un animal degollado.

El griego κύων kyon, perro, es también la raiz de "cínico"
 Pasa un perrito cojo -he aquí la única compasión, 
la única
caridad, el único amor de que soy capaz.
 Los perros no tienen Lenin, y esto les garantiza una vida humana
pero verdadera.
 Andar por las calles como los hombres de Pío 
Baroja -(todos 
un poco perros)-.
 Mascar huesos como los poetas de Murger, pero con 
serenidad.

 Pero los hombres tienen posvida.
 Por eso dedican su vida al amor del prójimo.
 El dinero lo hacen para matar el tiempo inútil, el tiempo 
vacío…
 Diógenes es un mito -la humanización del perro.
 El anhelo que tienen los grandes hombres de ser 
completamente perros. Los pequeños hombres quieren ser 
completamente grandes hombres, millonarios, a veces dioses.
 Pero estas cosas deben decirse en voz baja -siento miedo de 
oírme a mí mismo.
 Yo no soy un gran hombre -yo soy un hombre cualquiera que 
ensaya las grandes felicidades.
 Pero la felicidad no basta a ser feliz.
 El mundo está demasiado feo, y no hay manera de
embellecerlo.
 Sólo puedo imaginarlo como una ciudad de burdeles y 
fábricas bajo un aletazo de banderas rojas.
 Yo me siento las manos delicadas.
 ¿Qué soy, qué quiero? Soy un hombre y no quiero nada.
 O, tal vez, ser un hombre como los toros o como los otros.
 Tú no tienes las ojeras demasiado grandes.
 Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura, con 
esperanza, con insatisfacción, con limitación, con tiempo, con 
perfección.
 Ahora puedo embarcarme en un trasatlántico. E ir pescando 
durante la travesía aventuras como peces.
 Pero ¿a dónde iría yo?
 El mundo me es insuficiente.
 Es demasiado grande, y no puedo desmenuzarlo en pequeñas
satisfacciones como yo quiero.
 La muerte es sólo un pensamiento, nada más, nada más…
 Y yo quiero que sea un largo deleite con su fin, con su calidad.
 El puerto, lleno de niebla, está demasiado romántico.
 Citeres es un balneario norteamericano.
 Los yanquis tienen la carne demasiado fresca, casi fría, casi 
muerta.
 El panorama cambia como una película desde todas las 
esquinas.
 El beso final ya suena en la sombra de la sala llena de candelas
de cigarrillos. Pero ésta no es la escena final. Pero ello es por lo que
el beso suena.
 Nada me basta, ni siquiera la muerte; quiero medida, perfección,
satisfacción, deleite.
 ¿Cómo he venido a parar en este cinema perdido y humoso?
 La tarde ya se habría acabado en la ciudad. Y yo todavía me 
siento la tarde.
 Ahora recuerdo perfectamente mis años inocentes. Y todos los
malos pensamientos se me borran del alma. Me siento un hombre
que no ha pecado nunca.
 Estoy sin pasado, con un futuro excesivo.
 A casa…


Adjunto un video (más bien, un audio con fotos) de Desde La Torre, un programa radial, específicamente la ocasión donde se habla de Martín Adán:  http://www.youtube.com/watch?v=BF25Zxr4j9M
PD: La Web de la PUCP tiene una excelente recopilación de manuscritos y textos de antología, vale revisar el "Aloysius Acker", destruido por su propio autor y del cual solo quedan restos, así como sus últimos trabajos (Mi Darío, Diario de un Poeta):   

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